martes, 7 de julio de 2015

Vacíos y vacíos

Hay vacíos y vacíos. Algunos no se llenan ni con toda la felicidad del mundo pero, de todos ellos, el que más duele es el de no quererte. 
El de haberte querido pero haber dejado de hacerlo.
El de haberte abandonado a la suerte sin saber que, últimamente, ya no queda mucha. Y no, no pienses en esa persona que te destrozó la vida, me refiero a ti, que me estás leyendo.

Yo una vez me quise. Me quise, pasado. Y desde ese día no he vuelto a hacerlo. Nunca más. Y es triste, porque todos necesitamos querernos y, cuando nosotros mismos no somos capaces de hacerlo, esperamos encontrar a alguien que lo haga por los dos. Que nos quiera y, que encima, se quede. Como si no fuese eso mucho pedir. Y después nos quejamos, nos lamentamos. 

Que buscamos el amor que no sabemos darnos en cualquier parte. En cualquier cama. Con cualquiera. Y nos volvemos locos y decimos que todo el mundo es igual, que ya nadie vale la pena. Nos ponemos a culpar a los demás de la ausencia de amor propio con la que todos cargamos a cuestas, porque mirarse al espejo y reconocer que nos hemos convertido en aquello que dijimos nunca ser es más complicado. Duele más y vale menos la pena.